A diez años del golpe de Estado

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Escrito por:
Ricardo Salgado

“A la memoria de mi madre”

Allá por 2008, yo me mantenía siempre alejado de la política partidista de Honduras. Prefería seguir adelante, trabajando, apático y “apolítico”, con la misma visión colonizada de que en Honduras “nunca iba a cambiar nada”. Mi madre, entonces septuagenaria, y conservadora, llamo mi atención sobre “El Poder Ciudadano”, el gobierno de Mel Zelaya. Ella era asidua de una transmisión en directo por televisión, de reuniones del presidente y miembros de su gabinete con el pueblo, en todas partes del país. Para ella, aquello era un cambio total, Cuando falleció, en 2015, era parte de la resistencia hondureña, con el corazón.

Pronto vino la firma del ALBA, y las tensiones con los grupos de poder y con el imperio iban en ascenso. Entonces, como estudioso, comencé, con cautela a seguir los acontecimientos a una distancia prudente. Mi madre decía, que en Honduras ahora hablaríamos del “antes de Mel y después de Mel”, y bueno, la historia se ha encargado de darle la razón. Creo que para enero de 2009 el Golpe ya estaba planificado, y había entrado en su etapa de ejecución. Mientras, el reloj avanzaba, y con él las transformaciones, los desafíos del gobierno del Poder Ciudadano lo aislaban de las élites pero lo rodeaban de pueblo.

Un golpe de Estado no es nunca el producto del enojo de alguien o la reacción súbita a una actitud o acción específica. Por eso, el argumento de que “Mel se quería quedar” era nada más la excusa más burda para la ejecución que una acción contra el pueblo hondureño, para que evitar, a cualquier costo, que se diera cuenta que podía vivir mejor, aspirar a otro mundo, pero era tarde para evitarlo.

Para junio de 2009, se habían dado las condiciones necesarias mínimas para el golpe. Habían fallado muchísimas cosas: la propaganda contra el gobierno del presidente Zelaya no daba el ancho, y su administración cogia una fuerte base social. Además, contaba con el apoyo de la mejor versión del movimiento social hondureño de las últimas décadas. Si alcanzaron a dar el golpe, pero no pudieron evitar que las condiciones políticas del país cambiaran para siempre.

Muchos detalles los sucesos de entonces son conocidos, otros se mantienen aún inéditos, ahora soy parte del proceso, y he logrado sistematizar en mis ideas esa década, en la que hemos florecido como pueblo, y en la que las élites golpistas, en medio de una borrachera de poder casi inconsciente, entraron en el proceso inevitable de su extinción. Ahora, podemos afirmar, que no solo cambiará el pais hacia una nueva etapa, sino que la derecha se verá obligada a reconstruirse, tarea que siempre se le hace durísima desde la llanura.

El golpe de estado del 28 de junio, marca sin duda un punto de inflexión, ahí donde cambia la “curvatura” de nuestra historia. Por esa, razón la campaña ideológica de las élites hondureñas ha ido dirigida a incentivar el olvido como medio para “recobrar” la paz. Resulta irónico que quienes desataron el infierno de la violencia contra el pueblo hondureño, hoy apuestan todo a la amnesia colectiva.

También es difícil de asimilar, como algunos sectores de la “izquierda” propongan, dejar el pasado atrás y concentrarnos en el futuro. El esfuerzo contra la memoria es enorme, pero también existe determinación y convicción entre aquellos que creemos que somos lo que hemos sido, que nuestra historia marca nuestro camino, y que el futuro es impensable sin pasado.

Estos diez años no han pasado sin un gran costo para los hondureños. Con el golpe consumado, los Estados Unidos se plantearon la destrucción de los Estados que ellos consideran parias, y Honduras es uno de esos. Al gobierno golpista de Lobo Sosa llegó como asesor, Paul Roemer, como profeta de las ciudades modelo (Charter Cities), con la intención de desmembrar el pais en un conglomerado de regiones autónomas, bajo dirección privada.

Mientras tanto, se lanzó una campaña sin precedentes de privatización, destrucción de los gremios, la precarización del trabajo, despojó de los recursos naturales y la proliferación de la violencia.

Roemer se fue, concluyó que eran muy corruptos sus interlocutores golpistas: quizá hizo bien, no verá nunca una ciudad modelo en Honduras pero, al menos, ganó el premio Nobel. Aún así, lo que perdimos no se puede cuantificar con claridad, menos aún evaluar su impacto. Se militarizó la sociedad bajo el modelo colombiano, con lo que aumentó la violencia contra el pueblo, aumentó la inseguridad y con ella, la venta de servicios privados de seguridad, el miedo se convirtió en negocio. Hoy, las empresas privadas de este sector mantienen cinco veces más hombres en armas que las Fuerzas Armadas del país. Además, Hernández ha creado su propia guardia pretoriana, la Policia Militar, enemiga declarada de la población.

Se aceleró el proceso de quiebra de empresas estatales, y en algunos casos, como el Instituto Hondureño de Seguridad Social, tuvieron que recurrir al saqueo descarado de 350 millones de dólares para debilitarlo al límite “deseado”. La salud pública sufrió un impacto brutal, al extremo de que, en el pais más enfermo del continente, tenemos diez mil médicos desempleados, y los negocios que más florecen son las franquicias de farmacias y los hospitales privados, normalmente propiedad de grupos bancarios.

La energía eléctrica, uno de los sectores que logró mantenerse a flote durante el gobierno del Poder Ciudadano, fue desmantelado, y con ello se multiplicó astronómicamente el precio de la energía para los hondureños, por lo que ahora el servicio es un lujo. Estamos hablando de un país donde la deuda de los ciudadanos se estima en unos 15,000 millones de dólares. En otras palabras, el estado está hipotecado y cada ciudadano, también lo está. El círculo maldito del capital, rindiendo su plusvalía, a un pequeño sector, mientras los que gobiernan, simplemente roban.

Los problemas de tenencia de la tierra se han agudizado, lo que ha provocado múltiples complicaciones, y una guerra no declarada entre el régimen y los campesinos. El tratado de libre comercio con Estados Unidos le ha puesto precio a todo en el agro, y con ello, ha condenado al hambre a millones de personas. La descripción insensible de que “viven con menos de dos Dolares al día”, queda enana frente a lo que en la realidad significa la miseria en este país, para 4 de cada 10 personas que viven en pobreza extrema.

Podemos decir que nos hemos enfrentado al proceso de despojo más criminal desde la conquista, a manos de aquellos que proclamaron prócer a Roberto Micheletti, y que hoy siguen dirigiendo el pais. Han convertido a Honduras en un desierto, donde lo único que florece son las calamidades. Esa gente ya perdió la capacidad de rectificar o de arreglar los problemas; cada día qué pasa, empeoran todo, y su única respuesta son el gas lacrimógeno, las balas y las mentiras. El fascismo retratado en un mundo del realismo mágico, donde El “Hitler tropical”, inaugura proyectos ficticios todos los días, llama a diálogos frente al espejo, y se aferra a sus “divisiones” inexistentes de incondicionales, ignorando que los cañones rugen por todas partes contra el, y su final es irreversible.

Diez años de golpismo nos han dejado muchos males, entre ellos el crimen organizado, el narcotrafico más activo de nuestra historia y la penetracion profunda de los criminales en todas las esferas del Estado. La asociación del régimen con la DEA solo ha servido para destruir unos carteles y fortalecer otros. A medida proclaman avances contra las drogas, aumenta la circulación y la influencia de los carteles, mientras el gobierno hace la pantomima de extradiciones de las que no es actor ni ejecutor (de todos los capturados en Estados Unidos, un 90% se entregaron voluntariamente, por temor a ser asesinados si eran capturados en Honduras).

Difícil hacer todo el recuento en un solo artículo. Lo cierto es que el Golpe de Estado marca un momento histórico de cambio en nuestro país. No solo se impusieron por la fuerza los sectores más retrogradas de nuestra sociedad, sino que se alcanzaron condiciones objetivas y subjetivas que hoy nos hacen creer realmente en la liberación de nuestra patria.

Es que en diez años, el pueblo hondureño ha dado muchas batallas; ha tenido victorias electorales contundentes, que no ha podido materializar, y hoy, su capacidad de movilización, resistencia y lucha, son formidables. Sin llegar a un punto ideal, la “cuestión hondureña” está lejos de resolverse en una elección, si antes no se termina con el golpismo.

Aquí estamos, diez años después, habiendo construido algo intangible pero dialéctico; con muchos errores, defectos y carencias, como es propio de todo proceso. Con fuerzas que empujan como arietes hacia adelante, y una lucha incesante, incluso contra nuestros prejuicios, o nuestras malas interpretaciones teoricas, que también están ahí como frenos. Todo en un proceso histórico extraordinario y heroico.

Ese proceso heroico que mi madre vio crecer en el ocaso de su vida, cuyo desenlace no alcanzó a ver, pero que intuyó muy bien.

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